lunes, 11 de junio de 2007

'24 hour party people': 'Love will tear us apart'


Por José Palacio


24 Hour Party People, de Michael Winterbottom, es la historia del ascenso y la caída de la discográfica Factory Records, fundada por Tony Wilson en Manchester en 1977. Lo más destacable del film es la forma narrativa que adopta el realizador británico. El montaje se discute ante la pantalla, escenas que no deberían quedar se insertan porque es bueno que queden y para que el espectador sepa lo que pasó con ellas. El resultado es pura diversión audiovisual: música y fiesta contados en un tono subjetivo.
24 Hour Party People presenta al espectador un falso documental urbano irónico, cómico y radical, a través de los ojos de un narrador, Tony Wilson, lo suficientemente disparatado para que todo pueda ser posible. Este narrador es el hilo conductor de la película. Pero la frivolidad no está reñida con el rigor y bajo una anarquía aparentemente inconsistente, Winterbottom nos muestra que la forma es parte del fondo. La naturalidad con que Coogan interpreta a Wilson invade, contagia al resto de actores, que se comportan como si fuesen parte de un documental real. El cineasta se encontró con la dificultad añadida que algunos de los personajes que quería mostrar están vivos y optó por buscar cierto parecido tanto de actitud como de físico, sin buscar una mera copia.
La película es una ensalada de texturas y colores, con predominio del vídeo digital. El estimulante collage de formatos de esta lúdica fantasía musical posibilita la perfecta integración entre lo que es material de archivo de imágenes reales – por ejemplo el concierto de Sex Pistols, rodado en Super 8- y lo que es material nuevo. Winterbottom explica que “el estilo cambia a medida que la película avanza. Con los Happy Mondays y la urgencia de la escena rave, queríamos colores más saturados para que se notara el cambio respecto a la época de Joy Division. Son periodos diferentes, la gente era diferente y vestía diferente en los noventa y en 1979.
24 Hour Party People es una película punk y poética. Punk porque posee esa atmósfera fragmentada y leve de un movimiento que nació sabiendo la fecha de la muerte. Poética porque construye un discurso estético que está más allá del tema que trata. Sorprende que no sea nada nostálgica: la inmediatez del vídeo digital y la perfecta integración del material de archivo con el material rodado hacen que transcurra en tiempo presente, como si, en realidad, en sus casi dos horas de montaje, pudieran vivirse los 15 años de la movida mancuniana. Manchester es la protagonista real de la película ya que Winterbottom nunca se aleja de ella. Un tributo necesario para una ciudad imprescindible en la historia de la música británica.
Joy División son el emblema principal de Factory Records. Su vocalista es Ian Curtis (representado de forma muy intensa por Sean Harris), un joven depresivo y atormentado, que compone canciones eternas y profundas. Tendrán un inicio prometedor, pero cuando el grupo está a punto de salir de gira por Estados Unidos, Curtis se suicida. El resto de la banda se convierte en New Order. Mientras tanto, Wilson ficha a los Happy Mondays y funda la Hacienda en 1982, discoteca que cinco años más tarde se convertirá en el centro del universo, el centro de la vida nocturna y la música house europeas. New Order, Happy Mondays, The Smiths y Stone Roses (de estos dos últimos grupos imprescindibles no habla Winterbottom por problemas de derechos) se convierten en las cabezas visibles de una auténtica revolución sonora y de actitud que se levanta en una de las ciudades más castigadas por el conservadurismo de Margaret Thatcher. Manchester se había convertido en Madchester, una auténtica locura. Pero esa locura será el principio del fin. Hacienda, pese a estar siempre llena, quiebra, por problemas de seguridad y drogas.
Michael Winterbottom trata con mucho acierto los personajes históricos que representa, y de forma eficaz toda esa evolución musical que lleva desde el asentamiento del post-punk en 1979 hasta la aparición y posterior impulso de la música electrónica y rave. Destaca especialmente el personaje de Ian Curtis, cantante suicida de los Joy Division. El cineasta sólo le dedica unos pocos minutos, pero con un par o tres de secuencias tiene suficiente para tratarlo con conmovedora autenticidad. Curtis el día del suicidio, intenta despedirse de Wilson, pero no lo encuentra en casa. Los movimientos espasmódicos de la gallina que sale en Stroszek de Herzog (última película que vio antes de colgarse), evoca el nerviosismo eléctrico del cantante de Joy Division en el escenario. Su muerte es seca y poética, completamente alejada de sentimentalismo. No se trata de superficialidad sino de respeto.
Al final de la película, Michael Winterbottom nos acerca a una visión que tiene Wilson, en la que Dios (que aparece con su misma cara) le dice que su olfato para la música fue inigualable, en un claro tributo que realiza el cineasta al fundador de Factory, del que admira especialmente que pueda mantener el tipo ante el éxito y ante la adversidad.Todo ello envuelto en una banda sonora con mucha fuerza, unas atmósferas envolventes y unos diálogos ingeniosos e inteligentes. Especialmente emotivos son los momentos en los que suena la canción de Joy Division Love Will Tear Us Apart, canción publicada después de la muerte de Curtis y que se convirtió en un auténtico himno, no sólo para los seguidores del grupo, sino para toda una generación.