Por Anna Sánchez
¡Cinco candidatos y un único ganador! Así empieza el universo Burton en esta ocasión. Charlie y la fábrica de chocolate es una fiel adaptación del ya mítico libro de Roald Dahl. Esta misma obra fue llevada al cine hace años por Mel Stuart con el título Un mundo de fantasía.
El film narra la historia de Willie Wonka (Johnny Deep), un excéntrico y espontáneo productor de chocolate que tras años en soledad decide volver a abrir su fábrica al público. Pero sólo podrán entrar a visitarla los cinco agraciados que encuentren los Golden Tickets escondidos en sus chocolatinas. Los niños salen a la calle como locos y los afortunados son: Charlie (el niño protagonista), de familia humilde y sin recursos; Augustus Gloop, un niño alemán obsesionado con el dulce y un tanto insaciable; Veruca Salt, una niña rica y mal criada; Mike Teavee un jovencito violento y adicto a los videojuegos y por último Violet Beauregarde, la campeona de mascar chicle a nivel mundial (un detalle buenísimo en la lectura de Dahl). Estos cinco mocosillos acompañados por sus familiares se sumergirán junto al espectador en la gran fábrica de chocolate o, lo que es lo mismo, en el mundo de Burton.
Desde el primer minuto de película se puede afirmar que Tim Burton es el cineasta postmoderno más creativo y personal. Los títulos de crédito donde muestra todo el proceso de producción de una simple tableta de chocolate con un colorido casi mágico y unos planos vertiginosos son la primera pista de la gran película que nos espera.
A medida que avanza la historia (el argumento es sencillo) las imágenes que se suceden unas a otras son de cuento, casi de cuento de Navidad donde no sabes por qué pero tienes el presentimiento de que todo acabará bien (claro que tratándose de una producción de Hollywood no hay que ser muy listo para sospecharlo). La fotografía es impecable, el director vuelve a sus orígenes con el colorido inacabable de la gran fábrica y sus caramelos. Atrás quedaron Sleepy Hollow o Pesadilla antes de Navidad (en la cual Burton era el productor, no director como muchos creen), la oscuridad se esconde para dar paso a un arco iris de color del que está hecha la gran industria chocolatera de Wonka. Desde luego no deja indiferente a nadie al contemplarla como un personaje más del film.
Observando tanto colorido mágico te dejas llevar y acabas impregnado de la rareza, simpatía y sobre todo de la originalidad de Willie Wonka. Burton y Deep lo han vuelto a lograr, son una especie de dream team que nunca falla, la mezcla perfecta para conseguir llegar al espectador sea niño o adulto. Esa risita caballuna del actor cuando no sabe qué decir y esas miradas de altivez ante las impertinencias de los niños son las que merecen un reconocimiento positivo sin dudarlo (cabe subrayar que en versión original gana mucho).
Otro punto a destacar es la falta de efectos especiales. Digo falta porque no los hay, pero no lleva connotación negativa sino al revés. La enorme creatividad y el ojo del cineasta experto se notan a la hora de crear ambientes que solo existen en nuestra imaginación. ¡Quién no recuerda esos minutos ante un aparador deseando comer montañas y montañas de chocolate! Pues ese deseo que algunos adultos creen enterrado vuelve a resurgir gracias a esta película. Sin ningún tipo de ayuda digital Burton crea literalmente una cascada de chocolate en su mundo de fantasía regentado por unos enanos cantarines y obedientes llamados Oompa-Loompas.
En definitiva, Charlie y la fabrica de chocolate es una película que no sólo entretiene y divierte a pequeños y mayores sino que deja ver claramente que Tim Burton es un genio y que nada es imposible si lo deseas de verdad. No importa si eres rico o pobre, si lo ansias con todas tus fuerzas lo conseguirás… ¡y si no que se lo digan a Charlie!
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