Por M. Elena Vallés Riera
Robert Rodríguez fue capaz de convencer hace dos años a uno de los maestros del cómic actual, Frank Miller, para trasladar al celuloide su Sin City a base de crear planos deudores de las viñetas y una estética lo más fiel posible al original en papel. De la sinergia de ambos a la que hay que añadir la colaboración de un íntimo del director, Quentin Tarantino, nacieron 124 minutos de un cine de formas, de atmósfera, de rostros impactantes, de acción desproporcionada y quizás de violencia excesiva.
El mundo que se nos plantea en la cinta es tenebroso, corrupto, donde la ponzoña moral afecta a todos los estamentos de la sociedad, ya sea la clase política, el clero o la misma policía. Un mundo en el que tan sólo algunos inadaptados intentarán hacer justicia a su manera.
La ambigüedad moral de los héroes del cómic, la violencia y la estética expresionista de la película beben directamente del cine negro y del thriller de acción. Es más, Sin City es la culminación de una serie de largometrajes que han dado forma a cierto film noir que, nacido de la estela de Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), han construido un universo cuyos pilares fundamentales son la deconstrucción y desmitificación del cine negro clásico y un cierto gusto por las viñetas de serie negra o pulps. Y digo culminación porque de momento los rasgos característicos de este género nunca habían sido llevados a tal hiperbolización en la historia del cine. Hipérbole, que no parodia, dado que la coherencia entre fondo y forma en la película consigue la complicidad y la aceptación de verosimilitud por parte del espectador.
Los personajes son arquetipos llevados a la máxima expresión: tipos duros que buscan su propia identidad constantemente, tratando de tomarse la justicia por su mano en la ciudad del pecado. No puede faltar la chica rubia y explosiva, la femme fatale que necesita que el bueno la salve y que siempre está pidiendo fuego para encender el cigarrillo que sostiene entre sus labios. Los diálogos están cargados de escepticismo, dureza y no falta el humor cínico. El reparto está plagado de nombres conocidos: Bruce Willis, Clive Owen y Benicio del Toro, entre otros. Espléndido, un Mickey Rourke que es quizás el que aporta mayor carisma al personaje de Marv, un esquizofrénico con la condicional y de físico desagradable que decide vengar la muerte de una prostituta, Goldie, que se ciñó únicamente a ser amable con él.
La narrativa de la película adopta la forma de lo que podríamos llamar estructura de “vidas cruzadas”. Sin City engloba diversas historias independientes, de diferente extensión y que tienen lugar en la oscura y violenta Basin City. Este escenario cuenta con una serie de personajes y ambientes recurrentes, de entre los que destacan dos: el mundo de las prostitutas y el garito nocturno Kadie’s.
Las virtudes de la película son básicamente estéticas, al basarse lógicamente en una adaptación de las ilustraciones de Miller. Destaca la puesta en escena siempre en lugares siniestros, escondidos y en los que en numerosas ocasiones llueve. Todo con una estética muy expresionista, con ángulos extremos que marcan el juego de claroscuros y sombras y que ayudan a caracterizar psicológicamente a los personajes y las situaciones en las que se encuentran. Los primeros planos y los contrapicados dotan al texto cinematográfico de una atmósfera asfixiante que no deja prácticamente descansar la mirada, ya que los planos abiertos, simplemente, no existen. Por ello, cabe decir que el expresionismo de Rodríguez es un recurso con significado dentro de la película ya que se asocia directamente con el clima de violencia e insalubridad moral.
En este sentido, las dos primeras historias son más efectivas que las dos últimas, en las que la verborrea excesiva y la voz en off del protagonista masculino pueden distender en exceso la atención del espectador.
El mundo que se nos plantea en la cinta es tenebroso, corrupto, donde la ponzoña moral afecta a todos los estamentos de la sociedad, ya sea la clase política, el clero o la misma policía. Un mundo en el que tan sólo algunos inadaptados intentarán hacer justicia a su manera.
La ambigüedad moral de los héroes del cómic, la violencia y la estética expresionista de la película beben directamente del cine negro y del thriller de acción. Es más, Sin City es la culminación de una serie de largometrajes que han dado forma a cierto film noir que, nacido de la estela de Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), han construido un universo cuyos pilares fundamentales son la deconstrucción y desmitificación del cine negro clásico y un cierto gusto por las viñetas de serie negra o pulps. Y digo culminación porque de momento los rasgos característicos de este género nunca habían sido llevados a tal hiperbolización en la historia del cine. Hipérbole, que no parodia, dado que la coherencia entre fondo y forma en la película consigue la complicidad y la aceptación de verosimilitud por parte del espectador.
Los personajes son arquetipos llevados a la máxima expresión: tipos duros que buscan su propia identidad constantemente, tratando de tomarse la justicia por su mano en la ciudad del pecado. No puede faltar la chica rubia y explosiva, la femme fatale que necesita que el bueno la salve y que siempre está pidiendo fuego para encender el cigarrillo que sostiene entre sus labios. Los diálogos están cargados de escepticismo, dureza y no falta el humor cínico. El reparto está plagado de nombres conocidos: Bruce Willis, Clive Owen y Benicio del Toro, entre otros. Espléndido, un Mickey Rourke que es quizás el que aporta mayor carisma al personaje de Marv, un esquizofrénico con la condicional y de físico desagradable que decide vengar la muerte de una prostituta, Goldie, que se ciñó únicamente a ser amable con él.
La narrativa de la película adopta la forma de lo que podríamos llamar estructura de “vidas cruzadas”. Sin City engloba diversas historias independientes, de diferente extensión y que tienen lugar en la oscura y violenta Basin City. Este escenario cuenta con una serie de personajes y ambientes recurrentes, de entre los que destacan dos: el mundo de las prostitutas y el garito nocturno Kadie’s.
Las virtudes de la película son básicamente estéticas, al basarse lógicamente en una adaptación de las ilustraciones de Miller. Destaca la puesta en escena siempre en lugares siniestros, escondidos y en los que en numerosas ocasiones llueve. Todo con una estética muy expresionista, con ángulos extremos que marcan el juego de claroscuros y sombras y que ayudan a caracterizar psicológicamente a los personajes y las situaciones en las que se encuentran. Los primeros planos y los contrapicados dotan al texto cinematográfico de una atmósfera asfixiante que no deja prácticamente descansar la mirada, ya que los planos abiertos, simplemente, no existen. Por ello, cabe decir que el expresionismo de Rodríguez es un recurso con significado dentro de la película ya que se asocia directamente con el clima de violencia e insalubridad moral.
En este sentido, las dos primeras historias son más efectivas que las dos últimas, en las que la verborrea excesiva y la voz en off del protagonista masculino pueden distender en exceso la atención del espectador.
En pocas palabras: una visión apocalítica y amoral de la sociedad junto a personajes insensibles y que actúan para sobrevivir en la ciudad del pecado.
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